La cultura del “slang” en los EE.UU. ha acuñado una serie de modismos que se usan de manera frecuente porque explican en pocas palabras situaciones que suelen ser a veces complejas de entender. Baste citar manidas frases tales como “el cadáver en el closet”, “el arma humeante” y “el elefante en la habitación”.

Cuando nos referimos al síndrome de la “espinaca en los dientes” analogamos la situación del comensal que sin saberlo tiene un pedazo del alimento favorito de Popeye entre dos de sus visibles incisivos, y nadie le dice nada…

Es tan explícita la situación que algunos consultores la usan para explicar el daño que le hacen los adulantes a sus superiores cuando no le advierten de sus errores; o de los padres permisivos que se “hacen de la vista gorda” ante las deficiencias de sus hijos; o del jefe que no le advierte a su vendedor acerca de su desagradable problema de halitosis.

Cuando se presenta una situación de estas en medio de un grupo de individuos, un observador de la conducta humana podrá distinguir a los diferentes tipos de personalidades de conformidad con sus reacciones. Si el grupo es nutrido, nuestro analista bien podría toparse con el bromista que hace mofa de la víctima; del indiferente que no actúa en ningún sentido; del cruel que disfruta con que la víctima haga el ridículo; y, finalmente, del personaje compasivo que discretamente le anuncia a la víctima su infortunado incidente.

Para quienes nos desenvolvemos en el mundo de los negocios es de importancia vital saber aplicar las enseñanzas que se derivan del síndrome de la “espinaca en los dientes”. Nuestro aprendizaje, en consecuencia, podría resumirse en las siguientes premisas:

  • Trate de rodearse de personas que le digan siempre la verdad pero en el momento oportuno.
  • Cuídese de los individuos demasiado “sinceros” -aquellos que no son “escaparate de nadie”- porque suelen ser personas buenas en esencia  pero de bajo coeficiente intelectual y, por ende, con poco tacto.
  • Trate de tener a su alrededor a personas que no tomen a mal cuando sea usted quien les advierta que tienen en su boca rastros de una especie vegetal verde-oscura que contrasta con su blanca dentadura.

Y es que, a la “hora del té”, para que haya armonía en nuestro grupo social debe prevalecer sobre todo el ánimo de proteger a los nuestros de cualquier contingencia que pueda afectar su deseo de búsqueda de la felicidad y el bienestar personales. La solidaridad grupal debe implicar que los individuos sean, recordando la frase que Alejandro Dumas puso en labios de los Tres Mosqueteros, “uno para todos y todos para uno…”

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